El impulso ético del Che Guevara
 por  Iosu Perales
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Un espejo de América

La historia de América Latina es una historia loca. Su realidad es múltiple y compleja, de modo que hacen falta muchos espejos para contemplar su verdadero rostro. Pero creo que el Che Guevara es el gran rostro de ese continente atormentado y rebelde, muchas veces vencido y siempre bajo el influjo de nuevas esperanzas. Millones de jóvenes latinoamericanos siguen viendo en el Che un ejemplo en el que mirarse en un tiempo de avance cultural del neoliberalismo, de descreimiento y nihilismo; el Che surge como el rescate de un horizonte liberador, de un impulso ético que invita a seguir luchando contra la injusticia allí donde se encuentre. Así es como treinta años después de su muerte su figura está viva, como si en cierto sentido el tiempo se hubiera detenido en aquella fotografía que le tomara Alberto Korda en la plaza de la Revolución.
 
Tal vez la enorme fuerza del Che radica en su transparencia, en su coherencia -inhabitual en el mundo que vivimos-, entre las ideas y los hechos. Como dice Eduardo Galeano, con excesiva frecuencia las ideas y los hechos no se encuentran, y cuando lo hacen no se saludan porque no se reconocen. Pero el Che hasta en el asma era integral. Su vida es una oposición radical a toda hipocresía, es un canto romántico al humanismo, una especie de creencia a veces ingenua en la existencia de un alma socialista en los pueblos. Aborrecía la doble moral y despreciaba el dinero hasta el punto de burlarse de los billetes de banco firmando en ellos con el seudónimo Che siendo director del Banco Nacional. De hecho hizo un chiste de su nuevo cargo cuando dijo a Fidel: <<Creí que pediste un comunista>>, cuando lo que Fidel preguntó en la reunión de su nombramiento fue: <<Hay aquí algún economista>>.
 
Este año, con motivo del treinta aniversario de su muerte, defensores y detractores del Che están, estamos, convocados a un diálogo con el mito. Los detractores tratarán de presentar a un Che aventurero, ultraizquierdista, o intentarán utilizar su salida de Cuba como prueba irrefutable de sus diferencias con Fidel Castro. Y entre los defensores me atrevo a decir que una parte lo presentará, una vez más, como un ser perfecto, el más grande de los santos laicos.
A otros defensores del Che nos interesa otro enfoque. Desde luego a mí no me gustan los seres perfectos. No son creíbles y además son frágiles porque producen devociones acriticas que se desmoronan cuando se descubre algún lado débil que cuestiona seriamente la perfección. Me interesa el Che humano, imperfecto, el mito verdad que se opone al mito fabricado por la fantasía.
 
Digo que me interesa el mito verdad. Y es que reconozco la existencia del mito, su inevitabilidad y su lado positivo. No es descubrir nada si digo que históricamente los seres humanos hemos necesitado para vivir de referentes elevados, sean morales, religiosos, políticos, culturales, y hasta deportivos. Es algo que forma parte de nuestra condición humana imperfecta y que constituye una tensión, una contradicción frente a la razón cuando se rebela. Sin embargo la razón no siempre tiene razón. Hay que dejar a los sentimientos que ocupen su lugar. De modo que el asunto del mito debiera ser de escasa importancia, incluso para los racionalistas, si se trata de un mito sometido al examen crítico y a la reflexión.

La política como instrumento ético

Personalmente me siento cercano al Che Guevara por lo que creo su lado más fuerte y atractivo, y que paradójicamente es al mismo tiempo su lado más peligroso: El impulso ético que le lleva a una concepción moral de la política.
 En otros asuntos, con la perspectiva de treinta años después, sus ideas no me parecen tan interesantes. Su visión del marxismo es clásica en lo que se refiere a la concepción del movimiento de la historia que sigue un curso ascendente, favorable a los intereses de los obreros y de los campesinos, de modo que el socialismo aparece como resultado necesario. Es en ese aspecto un marxismo muy europeo, como el que se extendió por América Latina en las primeras décadas del siglo de la mano del argentino Juan B. Justo, aunque la vía revolucionaria cubana nada tiene que ver con la fórmula de Justo que pasa por la democratización radical de las instituciones. No obstante el Che se separa muy radicalmente de la ortodoxia soviética, tanto en lo que se refiere a los métodos de lucha como en su pretensión de ser la única verdad, de manera que lee y estudia a Trosky y a Mao, siempre con una tensión contraria al dogmatismo y a la retórica. Además, el marxismo del Che contempla el hacer la revolución en países subdesarrollados, apoyándose en la reforma agraria, lo que fue admitido por Marx en sus últimos años tras analizar la situación de Rusia.
 
En su concepción del partido, la idea de vanguardia leninista aparece una y otra vez como garante no sólo de una conducción correcta de la revolución, sino también como instrumento de educación del pueblo, es decir como tutela moral necesaria. Desde luego se trata del partido único que atraviesa todos los nervios del Estado y de la sociedad. Del mismo modo su concepción del militante y del cuadro del partido, se acerca a la de un apostol de la revolución. Él mismo Che cuenta un chiste que se puede aplicar a sí mismo: Un dirigente del partido recita al candidato a militante todas las virtudes que deberá tener; son tantas que cuando el dirigente remata su lista diciéndole, "y por último debes estar dispuesto a dar la vida ¿lo harás?" el candidato responde "y para qué quiero una vida así, encantado la doy ya mismo". Realmente el nivel de exigencia del Che Guevara nos remite a una concepción salvífica, redentora, en la que el  partido es una agrupación de santos, y hay ahí como un desencuentro entre la realidad y su pensamiento.
 Ya he dicho cuál es la faceta que me parece que es el hilo conductor que explica tanto sus concepciones como sus comportamientos.
 
Él era un revolucionario puro, no un estadista como Fidel Castro sino un maravilloso utopista del siglo XX. Y este componente moral del que se alimenta en su primer viaje en motocicleta por América Latina, rumbo a una leprosería de Venezuela, le acompañará siempre. La visión de la extrema pobreza y de la América india irá tomando en su interior la forma de una llamada de la humanidad. De forma que su entrada en la política se producirá en Guatemala como reacción a la rabia que le produce la intervención de la CIA y de los militares contra el gobierno reformista de Jacobo Arbenz.
Hasta entonces Che Guevara había sido un joven antiperonista sin actividad política, como muchos otros en Argentina.
 
Pero si este es su lado fuerte, su característica más atractiva, ya he dicho también que es a la vez su lado débil. Es la moral la que contribuye a que tuviera una concepción del Estado como instrumento reformador de la sociedad, tutelar, a la manera de Platón que quiso diseñar un Estado que pudiera educar al pueblo en un código de valores que fusionara lo privado y lo público en un nudo de armonía. Si por el lado de la concepción estatista de Platón podemos encontrar una justificación en la sentencia a muerte de Sócrates que viene a ser el fracaso de una vía pacífica para la reforma moral de la ciudad-estado, en la concepción guevarista la justificación de su estatismo creo que reside en el fracaso de las vías pacíficas, electorales; el derrocamiento violento de la Guatemala de Arbenz que había impulsado una importante reforma agraria marca la idea de que hace falta una vía más expeditiva y un Estado más fuerte.

Bueno, no está demás decir que Che Guevara es muy crítico con la sociedad esclavista de Platón, lo digo para que no haya confusión en lo que he señalado anteriormente.
 Es por ese su lado moral como descubrimos a un Che a veces inflexible, un poco puritano y con un costado de monje -en acertada definición de Galeano-. Un Che que, según el escritor uruguayo, no podía ver a un humilde vendedor por cuenta propia en las calles de La Habana, porque veía en ello una capsulita de capitalismo, en el fondo temía que allí pudiera haber un pequeño Rockefeller en potencia. Es verdad que su llamado era una advertencia frente a la codicia, frente a las trampas de la codicia. Pero hay en él un reformador moral que desde arriba señala lo que debe hacerse. Por otra parte el tiempo dirá que la estatización de toda actividad económica es un error y además es ineficaz.
 Es así que debe distinguirse el impulso moral como inspiración, como raíz para la acción política, ya que en última instancia el cambio de sociedad nos remite siempre al deseo de mejorar la condición humana, de la moral como concepción estatal que nos remite a una idea peligrosa de Estado normativo, de sociedad vertical, tutelar, en la que los filósofos, la vanguardia o los líderes determinan lo que le conviene a la gente. Me quedo con la moral primera y me parece errónea la segunda moral; en el Che se encuentran las dos.
 
Sin embargo no hay la menor trampa en su concepción, al contrario hay una gran coherencia de la que podemos extraer valores intensos y positivos.
 En primer lugar sus actos están llenos de ejemplaridad. Entre lo que dice y lo que hace hay una unidad completa. En el trabajo voluntario, arrastrando un asma que a veces le hace aparecer como un ser agonizante, corta caña o maneja un tractor, pero no para la fotografía sino con una intensidad y una sinceridad que nadie nunca a discutido en Cuba. El tipo se presentaba en una fábrica y se ponía a trabajar de peón en horas nocturnas, sin que apenas nadie lo supiera, ante la alucinación de los trabajadores del turno. Siempre cobró el sueldo mínimo, dos o tres veces por debajo del salario de un técnico. Cuando tiene conocimiento de ello suprime los suplementos en alimentación de los que se beneficiaba su familia. Para el Che los únicos privilegiados en la nueva Cuba serán los niños.
 El caso es que el Che exigía mucho, tanto que sus compañeros lo amaban y al mismo tiempo lo temían por su nivel de exigencia, porque era un espejo molesto que golpeaba a la conciencia de cada uno. Yo diría que, en ocasiones, al Che le costaba muchísimo ser como el Che. Lo que quiero decir entonces es que su concepción austera, moral, no es la de un filósofo que se limita a predicar sino que se la aplica en primer término a sí mismo.

La mujer y el hombre nuevos

En segundo lugar el impulso ético conduce al Che a una interpretación antropológica del marxismo. Y este es el meollo de su pensamiento y de su modo
de actuar. En su visión el hombre, la mujer, sustituyen al desarrollo económico y
la tecnología como los factores principales del cambio. Rompe con el economicismo y denuncia una idea de socialismo basada en el reparto de los bienes. A él le interesa una nueva sociedad, una nueva civilización, unas nuevas relaciones sociales, humanas y sentimentales; su socialismo es una aventura moral. Por eso dirá que no es el incentivo material sino el moral el que debe prevalecer.
Piensa que los dos deben combinarse, por necesidad práctica, pero advierte que el incentivo material es una herencia pesada, no un factor de la nueva sociedad. De ahí surge su idea del hombre y la mujer nuevos. Una concepción que rompe con el marxismo soviético y enlaza -tal vez sin querer- con la corriente histórica del socialismo utópico. De hecho la evolución del Che con respecto a la URSS es cada vez más crítica, no le gustan ni los métodos fordianos, ni las concepciones economicistas, ni la escasa calidad de los productos soviéticos. Para él es el factor humano el eje del desarrollo del socialismo. Él le devuelve a la conciencia el valor protagonista que tiene en la historia de la humanidad.
 La importancia de la conciencia nos la desvela la sandinista Mónica Baltodano en una carta, cuando dice: <<En la Nicaragua Sandinista se llevaron a cabo radicales transformaciones económicas y políticas.

En un país esencialmente agrario, haber democratizado la propiedad rural, entregando a los agentes del cambio, la mitad de la tierra cultivable del país, no era poca cosa. Sin embaro, ello no pudo evitar que la conciencia de mucha gente siguiera atada a las cadenas del pasado. El universo subjetivo, el espacio de los valores, el mundo de la cultura, continuó pagando el tributo de los esclavos: la sumisión y la dependencia del pasado. Ello se puso en evidencia en los reveses políticos sufridos por la revolución en 1990 y 1996>>.
El Che Guevara habría estado muy de acuerdo con esta reflexión.
 
Él era partidario de un modelo de sociedad autosuficiente, donde los valores éticos predominen sobre los mercantiles, y donde el bien común sea el valor por excelencia. Hay en este último punto una inspiración radical que parece tener su raíz o al menos conectar con Rousseau, pensador francés del siglo XVIII.

Socialismo cubano

Pero antes de señalar lo que hay, a mi juicio, de relación con Rousseau, es de interés indicar que de su viaje a la URSS a finales de 1960 viene gratamente impresionado por la solidaridad recibida. Como dice Paco Ignacio Taibo II en la biografía sobre el Che, no tenía una mínima percepción del desastre social, del autoritarismo político, del carácter policíaco de la sociedad soviética. No obstante su posición crítica fue en aumento, y tras la crisis de los misiles donde los cubanos se sintieron manejados por la política de Kruschev quien pactó con Kennedy a sus espaldas, Che Guevara entró en un enfurecido silencio respecto de la URSS. Ese silencio fue roto en Argel en 1965, donde denunció la complicidad tácita de la dirección soviética con el imperialismo en la profundización del desarrollo desigual y la subordinación de los países pobres al reparto del mundo.

Presiente las enormes dificultades de Cuba en su tránsito al socialismo y lanza su mensaje a la Tricontinental de crear otros Vietnams, no confía para nada en una Cuba dependiente de la URSS, una Cuba sometida al monocultivo del azúcar como producto principal de cambio para la importación de maquinaria del Este de Europa. El Che vive entonces con angustia la soledad vietnamita y se rebela contra la guerra de insultos y sectarismos que libran la Unión Soviética y China; no entiende ni acepta esa división del campo socialista.
 Su alejamiento de los soviéticos y un mayor conocimiento de la experiencia china, alimentaron sobre él el estigma de ser pro-chino, y sin embargo lo cierto es que siempre se mantuvo fiel a sus propias ideas y a su conciencia y lo que siempre defendió en aquellos difíciles momentos era la unidad del campo socialista.
 
En su pequeño ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, escribe como en la historia de la revolución cubana aparece un personaje que supera al individuo: la masa. Esta idea de la masa que no es una mera suma de individuos, una agregación, no es otra cosa que la voluntad general de Rousseau, mejor o peor expresada. Responde a dos proposiciones: de un lado superar la democracia burguesa, parlamentaria, sustituyéndola por una democracia realmente participativa, directa, "el pueblo reunido", algo que permanece en la filosofía de la revolución cubana; y de otra parte superar el individualismo -inclusive el de buena voluntad- sustituyéndolo por el cuerpo social colectivo, cuya voluntad no deviene del recuento de votos individualmente expresados, sino de la fuerza espiritual y política que se manifiesta en el clamor de la masa. Pero un primer problema de la voluntad general es que requiere de seres éticos capaces de poner por delante el bienestar de todos a la ventaja personal.
A esto responderá el Che con la necesidad de la educación orientada por el Estado -otra vez Platón-; ya advierte que la sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Un segundo problema -de Rousseau ya en el siglo XVIII, como el del Che y el de la Cuba actual-, es quién interpreta la voluntad general y quién dirige la voluntad general de la masa. No es un problema menor, sino un problema de envergadura, que no lo traigo aquí con el ánimo de desautorizar ni al Che ni a Rousseau a quienes admiro, sino con objeto de indicar la dificultad de una vía democrática revolucionaria que supere al sistema representativo.
 Quiero en todo caso decir que en Cuba la voluntad común se expresa cabalmente en la nacionalidad cubana que es el baluarte más fuerte de la revolución en estos días. Y en este caso, si la voluntad general se desplomara la República actual estaría en serio peligro.
 
Volvamos sin embargo al Che Guevara.
 
Como es sabido siendo Ministro de Industria provocó algunos debates económicos de gran envergadura entre 1963 y 1965. Algo hemos comentado sobre el asunto de los incentivos, pero fue el tema de la ley del valor en la transición del capitalismo al socialismo el que convocó la participación de intelectuales como Mandel, Sweezy, Huberman, etc. En síntesis, quienes defendían la importancia de la ley del valor atribuían a los mecanismos del mercado en la economía planificada un papel decisivo, de manera que defendían una amplia autonomía financiera de las empresas e insistían en el dinero como factor clave para aumentar la productividad. El Che y sus partidarios -entre ellos varios economistas chilenos- pusieron el acento en la gestión centralizada, teniendo en cuenta las desigualdades del desarrollo en la isla. Creía que la autonomía financiera de las empresas alimentaría opciones sectoriales y no nacionales; pensaba que la autonomía de los directores en materia de inversiones y salarios derivaría en desigualdad y desequilibrios territoriales. El Che proponía una economía que tuviera en cuenta las prioridades nacionales y gestionara cuidadosamente las escasas divisas y los recursos escasos en medio del bloqueo.
 La propuesta del Che se apoyaba en un fuerte sentido de la igualdad, en un temor fundado a las relaciones monetario-mercantiles, y en su critica al socialismo de la URSS.

El guerrillero 

Pienso que su fortaleza ética se pone de relieve también en el hecho de que escogiera la vía armada. No hay en ello nada de aventura, frente a la imagen que han querido dar los ideólogos del capitalismo. Lo que hay de verdad es una pasión por lograr los cambios por el camino que él considera más corto y seguro. Y no es que estuviera en desacuerdo con la participación electoral de la izquierda, pero ha visto demasiado fraude en el continente, y ha visto como a los avances políticos de la izquierda la derecha responde invariablemente con golpes de Estado. La esperanza se cansa de esperar y es por ello que el Che tiene prisa, es un impaciente. Vive la acción revolucionaria con urgencia, como si cada día que pasa es un día más de sufrimiento intolerable de la humanidad.
 Parece cierto que el Che no temía a la muerte, y que incluso parecía buscarla. Lo dice el mismo Fidel en una entrevista que dio a Gianni Mina.

Hay un poema del propio Che que empieza diciendo: Bienvenida sea la muerte/ donde quiera que sea/... Pero esa actitud, o si se quiere esa aptitud, nada tiene que ver con un alma guerrerista. Se asemeja a la disposición del que cree profundamente, del que tiene demasiado corazón; algo similar hemos visto en otros guerrilleros en América Central, en creyentes cristianos que lo arriesgan todo con extrema generosidad. Su vía armada es para mí esencialmente humanista. Lo dejó claro al decir que un revolucionario debe estar movido por grandes sentimientos de amor; él no odia al soldadito al que combate, odia al sistema, odia a la injusticia social y a la dictadura política. Y esa conjunción de amor y de odio son los ingredientes necesarios de un humanismo liberador que busca la realización aquí en la tierra, frente al humanismo falso de la resignación aquí para ganar el paraíso en otra parte. El amor y el odio van pegados, quien ama la justicia odia lo contrario.
 En esta vía revolucionaria el Che no hace distingos, todos los pueblos del mundo caben en su mente y en su corazón. Es como si cargara el universo sobre sus hombros y la solidaridad fuera el eje de la vida. De modo que cuando descubre Africa en un viaje de ministro pasa a sentirse responsable del hambre y del colonialismo. Vuelve al Congo como combatiente, junto con un puñado de veteranos de Sierra Maestra, y pronto se ve envuelto en un laberinto tribal, de rivalidades, que no logrará entender.
Sin duda los combatientes de Laurent Kabila carecían de la disciplina y de la mística de los cubanos; regresa a América defraudado y triste. Aquí podemos apreciar como el Che no era un calculador político, sino un apasionado, y en este caso un voluntarista llevado a Africa por su generosidad infinita. Y en Bolivia otra vez se repetirá en cierto modo el error de cálculo, aunque en otro escenario. Solo, con un grupo de convencidos, será traicionado por los comunistas locales y creo sinceramente que es víctima de la política exterior soviética que influye decisivamente sobre Mario Monge, el secretario general de los comunistas bolivianos que en lugar de presentarse en una cita con el Che, viaja a Bulgaria y luego a Moscú a buscar apoyo para su tesis contraria a la lucha armada. La posición de Monge estuvo además influida por su incumplido deseo de ser el máximo dirigente de la guerrilla en Bolivia, y el sectarismo frente a la posición de dirigentes y militantes de las juventudes comunistas que se incorporaron con entusiasmo al grupo guerrillero.
 
Pero el Che, además, se equivoca de época y de lugar, creo. En Bolivia se produjo un diálogo de sordomudos entre el foco guerrillero y el paisaje humano y físico. Hay que recordar que en Bolivia, tras el estallido revolucionario de 1953 liderado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario, se habían logrado en parte tres objetivos: una reforma agraria, la nacionalización de las minas y la implantación del sufragio universal que llevó a una notable politización de mineros, estudiantes, campesinos. Es verdad que pocos años después se instaura una dictadura militar y el PIB es el más bajo de América Latina después de Haití, pero lo comprobado por los hechos es que las condiciones sociales no eran las óptimas para una guerra de guerrillas. Cuando quiso buscar un escenario más favorable, donde los hermanos Peredo gozaban de simpatías, fue abatido en la Quebrada del Yuro.
 
En todo caso pienso que el Che, al elegir Bolivia, quiere dar inicio a una plan sensato que formaba parte de una estrategia continental. Abrir un sólido frente de lucha armada en Bolivia era un paso más hacia su gran objetivo: Argentina, primero, y luego todo el cono sur. Lo cierto es que aun sintiéndose cubano, el Che era muy argentino. Siempre, incluso en Sierra Maestra, había soñado con luchar en su Argentina.
 Y es en este hecho que puede descubrirse otra faceta del Che: su visión bolivariana, continental. Para él, Cuba debe ser un referente, una bandera, pero es sólo el comienzo. Esto da pie para descubrir el distinto papel entre el Che y Fidel Castro. Eran dos personalidades tan fuertes que necesitaban de una cierta distancia. Fidel era y es un político de Estado, calculador y pragmático, hábil dirigente, un conductor de pueblo.
El Che era el revolucionario en estado puro, mucho menos calculador, conductor de grupos pequeños de grandes ideales como los de él. Así por ejemplo si Fidel era capaz de soportar las políticas soviéticas, aunque no le gustaran, el Che Guevara o bien hacía saber su disentimiento o bien se refugiaba en un mutismo significativo. La misma diferencia encontramos en el tratamiento que hacen ambos a la unidad con los comunistas cubanos del PSP.

Es indudable que el Che no tiene mucha confianza en ellos. La verdad es que toda su confianza la depositaba en el Ejército de Liberación, donde veía una garantía mayor de mística. No creo en todo caso que esta visión suya sea positiva, sino más bien chata, y ello sin hacer un juicio de mi parte al comportamiento de los comunistas cubanos.
  Por lo demás eran años en los que había que construir un Estado y el Che odiaba a la burocracia y en ese tiempo se trataba justamente de organizar una administración, de poner a técnicos al frente de muchas tareas. Choca asimismo con los Comités de Defensa de la Revolución en los que detecta una penetración de oportunistas en busca de casa o de automóvil o de mejor acceso a alimentos.
 Sencillamente al Che no le entusiasmaba la idea de verse sumido a la rutina de aquella construcción estatal seguramente inevitable; no en vano sus oficinas eran una especie de campamento y el tipo estudiaba en el suelo, todo como si fueran lugares de tránsito o la montaña misma. No tiene vocación de poder, no quiere el poder.
 
Además, como bien puntualiza la cubanologa francesa Janette Habel, aquel su discurso de Argel en el que denuncia a la URSS por su papel abusivo frente a países pobres, frente a Cuba, fue muy mal acogido en Moscú que hizo saber que lo consideraba inaceptable. A su regreso de la capital argelina el Che y Fidel discutieron durante dos días. Ya el Che no volvió a aparecer públicamente.
 Es así que pienso que en la mente del Che está la idea de que Fidel lo llena todo en Cuba y que su misión es otra bien distinta: impulsar dos, tres Vietnam. Su internacionalismo, su sentimiento latinoamericano, encarnó un modelo de provocación a los poderes establecidos y una llamada al asedio perpetuo al imperialismo y al colonialismo.
Las claves de su pensamiento son dos: la misión del revolucionario es hacer la revolución; ninguna injusticia que suceda en el mundo le deja indiferente, no hay pues fronteras. Desde luego no las hay para él, que nace en Argentina, entra en la política en Guatemala, se casa con una peruana en Méjico, lucha en Cuba, luego en el Congo, y muere en Bolivia. Hay una confesión increíble que le hace a su padre, ya en enero de 1959, a los pocos días de haber triunfado la revolución: Yo mismo no sé en que tierra dejaré mis huesos.

La inspiración guevarista

De acuerdo con ese lado fuerte, ético, al que me he referido, me gustaría señalar un conjunto de valores que constituyen, a mi modo de ver, una fuente de inspiración guevarista para las gentes de izquierdas en el mundo de hoy.
 En primer lugar la solidaridad como eje de la vida.
 En segundo lugar una visión política global que le lleva a ver y a pensar el mundo como un escenario encadenado de luchas y transformaciones, como la mejor posibilidad de resistir al asedio del imperialismo.
 En tercer lugar una concepción de la política que no gravita alrrededor del disfrute del poder, sino que nace y arranca de un humanismo desgarrado; la política es entonces el instrumento de un proceso de emancipación. Si no es para cambiar la vida la política no tiene interés y cae bajo sospecha.
 En cuarto lugar el fuerte sentido de la dignidad personal y colectiva, que alimenta en el Che Guevara la tensión de cumplir, de dar ejemplo, de manera que nunca aceptó al dirigente alejado del sacrificio, del trabajo manual.
 En quinto lugar el desprecio por el consumo y el dinero, como si de acuerdo con Marcuse viera en ello el factor de alienación del mundo moderno.
 En sexto lugar la honradez. Tan importante en el Che que al lado de esa honradez, sus equivocaciones, su rigidez por ejemplo en las sanciones, tienen poca importancia.

 El Che Guevara es universal. Tal universal que incluso los movimientos pacifistas lo hacen suyo, paradójicamente. El Che en blanco y negro, el Che en tinta china, el Che dibujado por computadora, el Che en su foto final de Cristo yacente hermoso y trágico. El Che en todas partes.
 Esa universalidad nos interpela. Lo hace en un escenario distinto al de los años sesenta. Si entonces el mundo dividido en dos bloques y en plena ebullición anticolonialista, favorecía una acción internacional; el mundo unipolar de hoy, con su economía mundializada y sus estrategias políticas globales, con su ecumenópolis, es un sistema de redes en el que las izquierdas no pueden vivir, pensar y actuar fragmentadamente. En realidad, aunque distinto es el mismo mundo en el que la solidaridad como eje de la vida, y el internacionalismo político, nos convocan a un nuevo esfuerzo.
 
El internacionalismo en el Che tiene dos vertientes que merece la pena considerar: una necesidad interior derivada de la lucha por la transformación de la propia conciencia, esto es de la necesidad de una nueva actitud fraternal con la humanidad, y particularmente con los pueblos y movimientos que luchan por la justicia, por la libertad; y una necesidad exterior imprenscindible para aunar tareas, reflexiones, modo de actuar frente al neoliberalismo, frente a la destrucción del planeta, frente a los fenómenos mundiales como el racismo, la esclavitud todavía imperante, frente a las agresiones que sufren los mundos indígenas, etc.
 En este esfuerzo me parece que viene bien el simil de la guerra de guerrillas. Quiero decir que se trata de construir relaciones, redes, de distinto nivel y naturaleza, sin preocuparse de erigir un lugar central de solidaridad e internacionalismo. Todas las experiencias pueden servir y ser eficaces de alguna manera en un escenario complejo.
 Claro que esta cuestión nos remite a la idea de pertenencia universal y ello es en cierto modo contrario a la perplejidad y al quietismo. Universalidad que no quiere decir estrategia global, ni estado mayor central, ni organización única, sino que quiere decir solidaridad como eje de la vida e internacionalismo político como modo de querer el género humano, transformando el mundo que nos toca vivir en la medida en que sea factible y mediante relaciones y apoyos diversos y plurales, como si se tratara de una marea de abrazos libertarios.