El
impulso ético del Che Guevara
por
Iosu Perales
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Un espejo de América
La historia
de América Latina es una historia loca. Su realidad es múltiple
y compleja, de modo que hacen falta muchos espejos para contemplar su verdadero
rostro. Pero creo que el Che Guevara es el gran rostro de ese continente
atormentado y rebelde, muchas veces vencido y siempre bajo el influjo de
nuevas esperanzas. Millones de jóvenes latinoamericanos siguen viendo
en el Che un ejemplo en el que mirarse en un tiempo de avance cultural
del neoliberalismo, de descreimiento y nihilismo; el Che surge como el
rescate de un horizonte liberador, de un impulso ético que invita
a seguir luchando contra la injusticia allí donde se encuentre.
Así es como treinta años después de su muerte su figura
está viva, como si en cierto sentido el tiempo se hubiera detenido
en aquella fotografía que le tomara Alberto Korda en la plaza de
la Revolución.
Tal vez la
enorme fuerza del Che radica en su transparencia, en su coherencia -inhabitual
en el mundo que vivimos-, entre las ideas y los hechos. Como dice Eduardo
Galeano, con excesiva frecuencia las ideas y los hechos no se encuentran,
y cuando lo hacen no se saludan porque no se reconocen. Pero el Che hasta
en el asma era integral. Su vida es una oposición radical a toda
hipocresía, es un canto romántico al humanismo, una especie
de creencia a veces ingenua en la existencia de un alma socialista en los
pueblos. Aborrecía la doble moral y despreciaba el dinero hasta
el punto de burlarse de los billetes de banco firmando en ellos con el
seudónimo Che siendo director del Banco Nacional. De hecho hizo
un chiste de su nuevo cargo cuando dijo a Fidel: <<Creí que
pediste un comunista>>, cuando lo que Fidel preguntó en la reunión
de su nombramiento fue: <<Hay aquí algún economista>>.
Este año,
con motivo del treinta aniversario de su muerte, defensores y detractores
del Che están, estamos, convocados a un diálogo con el mito.
Los detractores tratarán de presentar a un Che aventurero, ultraizquierdista,
o intentarán utilizar su salida de Cuba como prueba irrefutable
de sus diferencias con Fidel Castro. Y entre los defensores me atrevo a
decir que una parte lo presentará, una vez más, como un ser
perfecto, el más grande de los santos laicos.
A otros defensores
del Che nos interesa otro enfoque. Desde luego a mí no me gustan
los seres perfectos. No son creíbles y además son frágiles
porque producen devociones acriticas que se desmoronan cuando se descubre
algún lado débil que cuestiona seriamente la perfección.
Me interesa el Che humano, imperfecto, el mito verdad que se opone al mito
fabricado por la fantasía.
Digo que me
interesa el mito verdad. Y es que reconozco la existencia del mito, su
inevitabilidad y su lado positivo. No es descubrir nada si digo que históricamente
los seres humanos hemos necesitado para vivir de referentes elevados, sean
morales, religiosos, políticos, culturales, y hasta deportivos.
Es algo que forma parte de nuestra condición humana imperfecta y
que constituye una tensión, una contradicción frente a la
razón cuando se rebela. Sin embargo la razón no siempre tiene
razón. Hay que dejar a los sentimientos que ocupen su lugar. De
modo que el asunto del mito debiera ser de escasa importancia, incluso
para los racionalistas, si se trata de un mito sometido al examen crítico
y a la reflexión.
La política como instrumento ético
Personalmente
me siento cercano al Che Guevara por lo que creo su lado más fuerte
y atractivo, y que paradójicamente es al mismo tiempo su lado más
peligroso: El impulso ético que le lleva a una concepción
moral de la política.
En otros
asuntos, con la perspectiva de treinta años después, sus
ideas no me parecen tan interesantes. Su visión del marxismo es
clásica en lo que se refiere a la concepción del movimiento
de la historia que sigue un curso ascendente, favorable a los intereses
de los obreros y de los campesinos, de modo que el socialismo aparece como
resultado necesario. Es en ese aspecto un marxismo muy europeo, como el
que se extendió por América Latina en las primeras décadas
del siglo de la mano del argentino Juan B. Justo, aunque la vía
revolucionaria cubana nada tiene que ver con la fórmula de Justo
que pasa por la democratización radical de las instituciones. No
obstante el Che se separa muy radicalmente de la ortodoxia soviética,
tanto en lo que se refiere a los métodos de lucha como en su pretensión
de ser la única verdad, de manera que lee y estudia a Trosky y a
Mao, siempre con una tensión contraria al dogmatismo y a la retórica.
Además, el marxismo del Che contempla el hacer la revolución
en países subdesarrollados, apoyándose en la reforma agraria,
lo que fue admitido por Marx en sus últimos años tras analizar
la situación de Rusia.
En su concepción
del partido, la idea de vanguardia leninista aparece una y otra vez como
garante no sólo de una conducción correcta de la revolución,
sino también como instrumento de educación del pueblo, es
decir como tutela moral necesaria. Desde luego se trata del partido único
que atraviesa todos los nervios del Estado y de la sociedad. Del mismo
modo su concepción del militante y del cuadro del partido, se acerca
a la de un apostol de la revolución. Él mismo Che cuenta
un chiste que se puede aplicar a sí mismo: Un dirigente del partido
recita al candidato a militante todas las virtudes que deberá tener;
son tantas que cuando el dirigente remata su lista diciéndole, "y
por último debes estar dispuesto a dar la vida ¿lo harás?"
el candidato responde "y para qué quiero una vida así, encantado
la doy ya mismo". Realmente el nivel de exigencia del Che Guevara nos remite
a una concepción salvífica, redentora, en la que el
partido es una agrupación de santos, y hay ahí como un desencuentro
entre la realidad y su pensamiento.
Ya he
dicho cuál es la faceta que me parece que es el hilo conductor que
explica tanto sus concepciones como sus comportamientos.
Él
era un revolucionario puro, no un estadista como Fidel Castro sino un maravilloso
utopista del siglo XX. Y este componente moral del que se alimenta en su
primer viaje en motocicleta por América Latina, rumbo a una leprosería
de Venezuela, le acompañará siempre. La visión de
la extrema pobreza y de la América india irá tomando en su
interior la forma de una llamada de la humanidad. De forma que su entrada
en la política se producirá en Guatemala como reacción
a la rabia que le produce la intervención de la CIA y de los militares
contra el gobierno reformista de Jacobo Arbenz.
Hasta entonces
Che Guevara había sido un joven antiperonista sin actividad política,
como muchos otros en Argentina.
Pero si este
es su lado fuerte, su característica más atractiva, ya he
dicho también que es a la vez su lado débil. Es la moral
la que contribuye a que tuviera una concepción del Estado como instrumento
reformador de la sociedad, tutelar, a la manera de Platón que quiso
diseñar un Estado que pudiera educar al pueblo en un código
de valores que fusionara lo privado y lo público en un nudo de armonía.
Si por el lado de la concepción estatista de Platón podemos
encontrar una justificación en la sentencia a muerte de Sócrates
que viene a ser el fracaso de una vía pacífica para la reforma
moral de la ciudad-estado, en la concepción guevarista la justificación
de su estatismo creo que reside en el fracaso de las vías pacíficas,
electorales; el derrocamiento violento de la Guatemala de Arbenz que había
impulsado una importante reforma agraria marca la idea de que hace falta
una vía más expeditiva y un Estado más fuerte.
Bueno, no está
demás decir que Che Guevara es muy crítico con la sociedad
esclavista de Platón, lo digo para que no haya confusión
en lo que he señalado anteriormente.
Es por
ese su lado moral como descubrimos a un Che a veces inflexible, un poco
puritano y con un costado de monje -en acertada definición de Galeano-.
Un Che que, según el escritor uruguayo, no podía ver a un
humilde vendedor por cuenta propia en las calles de La Habana, porque veía
en ello una capsulita de capitalismo, en el fondo temía que allí
pudiera haber un pequeño Rockefeller en potencia. Es verdad que
su llamado era una advertencia frente a la codicia, frente a las trampas
de la codicia. Pero hay en él un reformador moral que desde arriba
señala lo que debe hacerse. Por otra parte el tiempo dirá
que la estatización de toda actividad económica es un error
y además es ineficaz.
Es así
que debe distinguirse el impulso moral como inspiración, como raíz
para la acción política, ya que en última instancia
el cambio de sociedad nos remite siempre al deseo de mejorar la condición
humana, de la moral como concepción estatal que nos remite a una
idea peligrosa de Estado normativo, de sociedad vertical, tutelar, en la
que los filósofos, la vanguardia o los líderes determinan
lo que le conviene a la gente. Me quedo con la moral primera y me parece
errónea la segunda moral; en el Che se encuentran las dos.
Sin embargo
no hay la menor trampa en su concepción, al contrario hay una gran
coherencia de la que podemos extraer valores intensos y positivos.
En primer
lugar sus actos están llenos de ejemplaridad. Entre lo que dice
y lo que hace hay una unidad completa. En el trabajo voluntario, arrastrando
un asma que a veces le hace aparecer como un ser agonizante, corta caña
o maneja un tractor, pero no para la fotografía sino con una intensidad
y una sinceridad que nadie nunca a discutido en Cuba. El tipo se presentaba
en una fábrica y se ponía a trabajar de peón en horas
nocturnas, sin que apenas nadie lo supiera, ante la alucinación
de los trabajadores del turno. Siempre cobró el sueldo mínimo,
dos o tres veces por debajo del salario de un técnico. Cuando tiene
conocimiento de ello suprime los suplementos en alimentación de
los que se beneficiaba su familia. Para el Che los únicos privilegiados
en la nueva Cuba serán los niños.
El caso
es que el Che exigía mucho, tanto que sus compañeros lo amaban
y al mismo tiempo lo temían por su nivel de exigencia, porque era
un espejo molesto que golpeaba a la conciencia de cada uno. Yo diría
que, en ocasiones, al Che le costaba muchísimo ser como el Che.
Lo que quiero decir entonces es que su concepción austera, moral,
no es la de un filósofo que se limita a predicar sino que se la
aplica en primer término a sí mismo.
La mujer y el hombre nuevos
En segundo
lugar el impulso ético conduce al Che a una interpretación
antropológica del marxismo. Y este es el meollo de su pensamiento
y de su modo
de actuar.
En su visión el hombre, la mujer, sustituyen al desarrollo económico
y
la tecnología
como los factores principales del cambio. Rompe con el economicismo y denuncia
una idea de socialismo basada en el reparto de los bienes. A él
le interesa una nueva sociedad, una nueva civilización, unas nuevas
relaciones sociales, humanas y sentimentales; su socialismo es una aventura
moral. Por eso dirá que no es el incentivo material sino el moral
el que debe prevalecer.
Piensa que
los dos deben combinarse, por necesidad práctica, pero advierte
que el incentivo material es una herencia pesada, no un factor de la nueva
sociedad. De ahí surge su idea del hombre y la mujer nuevos. Una
concepción que rompe con el marxismo soviético y enlaza -tal
vez sin querer- con la corriente histórica del socialismo utópico.
De hecho la evolución del Che con respecto a la URSS es cada vez
más crítica, no le gustan ni los métodos fordianos,
ni las concepciones economicistas, ni la escasa calidad de los productos
soviéticos. Para él es el factor humano el eje del desarrollo
del socialismo. Él le devuelve a la conciencia el valor protagonista
que tiene en la historia de la humanidad.
La importancia
de la conciencia nos la desvela la sandinista Mónica Baltodano en
una carta, cuando dice: <<En la Nicaragua Sandinista se llevaron
a cabo radicales transformaciones económicas y políticas.
En un país
esencialmente agrario, haber democratizado la propiedad rural, entregando
a los agentes del cambio, la mitad de la tierra cultivable del país,
no era poca cosa. Sin embaro, ello no pudo evitar que la conciencia de
mucha gente siguiera atada a las cadenas del pasado. El universo subjetivo,
el espacio de los valores, el mundo de la cultura, continuó pagando
el tributo de los esclavos: la sumisión y la dependencia del pasado.
Ello se puso en evidencia en los reveses políticos sufridos por
la revolución en 1990 y 1996>>.
El Che Guevara
habría estado muy de acuerdo con esta reflexión.
Él
era partidario de un modelo de sociedad autosuficiente, donde los valores
éticos predominen sobre los mercantiles, y donde el bien común
sea el valor por excelencia. Hay en este último punto una inspiración
radical que parece tener su raíz o al menos conectar con Rousseau,
pensador francés del siglo XVIII.
Socialismo cubano
Pero antes de señalar lo que hay, a mi juicio, de relación con Rousseau, es de interés indicar que de su viaje a la URSS a finales de 1960 viene gratamente impresionado por la solidaridad recibida. Como dice Paco Ignacio Taibo II en la biografía sobre el Che, no tenía una mínima percepción del desastre social, del autoritarismo político, del carácter policíaco de la sociedad soviética. No obstante su posición crítica fue en aumento, y tras la crisis de los misiles donde los cubanos se sintieron manejados por la política de Kruschev quien pactó con Kennedy a sus espaldas, Che Guevara entró en un enfurecido silencio respecto de la URSS. Ese silencio fue roto en Argel en 1965, donde denunció la complicidad tácita de la dirección soviética con el imperialismo en la profundización del desarrollo desigual y la subordinación de los países pobres al reparto del mundo.
Presiente las
enormes dificultades de Cuba en su tránsito al socialismo y lanza
su mensaje a la Tricontinental de crear otros Vietnams, no confía
para nada en una Cuba dependiente de la URSS, una Cuba sometida al monocultivo
del azúcar como producto principal de cambio para la importación
de maquinaria del Este de Europa. El Che vive entonces con angustia la
soledad vietnamita y se rebela contra la guerra de insultos y sectarismos
que libran la Unión Soviética y China; no entiende ni acepta
esa división del campo socialista.
Su alejamiento
de los soviéticos y un mayor conocimiento de la experiencia china,
alimentaron sobre él el estigma de ser pro-chino, y sin embargo
lo cierto es que siempre se mantuvo fiel a sus propias ideas y a su conciencia
y lo que siempre defendió en aquellos difíciles momentos
era la unidad del campo socialista.
En su pequeño
ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, escribe como en la historia de
la revolución cubana aparece un personaje que supera al individuo:
la masa. Esta idea de la masa que no es una mera suma de individuos, una
agregación, no es otra cosa que la voluntad general de Rousseau,
mejor o peor expresada. Responde a dos proposiciones: de un lado superar
la democracia burguesa, parlamentaria, sustituyéndola por una democracia
realmente participativa, directa, "el pueblo reunido", algo que permanece
en la filosofía de la revolución cubana; y de otra parte
superar el individualismo -inclusive el de buena voluntad- sustituyéndolo
por el cuerpo social colectivo, cuya voluntad no deviene del recuento de
votos individualmente expresados, sino de la fuerza espiritual y política
que se manifiesta en el clamor de la masa. Pero un primer problema de la
voluntad general es que requiere de seres éticos capaces de poner
por delante el bienestar de todos a la ventaja personal.
A esto responderá
el Che con la necesidad de la educación orientada por el Estado
-otra vez Platón-; ya advierte que la sociedad en formación
tiene que competir muy duramente con el pasado. Un segundo problema -de
Rousseau ya en el siglo XVIII, como el del Che y el de la Cuba actual-,
es quién interpreta la voluntad general y quién dirige la
voluntad general de la masa. No es un problema menor, sino un problema
de envergadura, que no lo traigo aquí con el ánimo de desautorizar
ni al Che ni a Rousseau a quienes admiro, sino con objeto de indicar la
dificultad de una vía democrática revolucionaria que supere
al sistema representativo.
Quiero
en todo caso decir que en Cuba la voluntad común se expresa cabalmente
en la nacionalidad cubana que es el baluarte más fuerte de la revolución
en estos días. Y en este caso, si la voluntad general se desplomara
la República actual estaría en serio peligro.
Volvamos
sin embargo al Che Guevara.
Como es sabido
siendo Ministro de Industria provocó algunos debates económicos
de gran envergadura entre 1963 y 1965. Algo hemos comentado sobre el asunto
de los incentivos, pero fue el tema de la ley del valor en la transición
del capitalismo al socialismo el que convocó la participación
de intelectuales como Mandel, Sweezy, Huberman, etc. En síntesis,
quienes defendían la importancia de la ley del valor atribuían
a los mecanismos del mercado en la economía planificada un papel
decisivo, de manera que defendían una amplia autonomía financiera
de las empresas e insistían en el dinero como factor clave para
aumentar la productividad. El Che y sus partidarios -entre ellos varios
economistas chilenos- pusieron el acento en la gestión centralizada,
teniendo en cuenta las desigualdades del desarrollo en la isla. Creía
que la autonomía financiera de las empresas alimentaría opciones
sectoriales y no nacionales; pensaba que la autonomía de los directores
en materia de inversiones y salarios derivaría en desigualdad y
desequilibrios territoriales. El Che proponía una economía
que tuviera en cuenta las prioridades nacionales y gestionara cuidadosamente
las escasas divisas y los recursos escasos en medio del bloqueo.
La propuesta
del Che se apoyaba en un fuerte sentido de la igualdad, en un temor fundado
a las relaciones monetario-mercantiles, y en su critica al socialismo de
la URSS.
El guerrillero
Pienso que
su fortaleza ética se pone de relieve también en el hecho
de que escogiera la vía armada. No hay en ello nada de aventura,
frente a la imagen que han querido dar los ideólogos del capitalismo.
Lo que hay de verdad es una pasión por lograr los cambios por el
camino que él considera más corto y seguro. Y no es que estuviera
en desacuerdo con la participación electoral de la izquierda, pero
ha visto demasiado fraude en el continente, y ha visto como a los avances
políticos de la izquierda la derecha responde invariablemente con
golpes de Estado. La esperanza se cansa de esperar y es por ello que el
Che tiene prisa, es un impaciente. Vive la acción revolucionaria
con urgencia, como si cada día que pasa es un día más
de sufrimiento intolerable de la humanidad.
Parece
cierto que el Che no temía a la muerte, y que incluso parecía
buscarla. Lo dice el mismo Fidel en una entrevista que dio a Gianni Mina.
Hay un poema
del propio Che que empieza diciendo: Bienvenida sea la muerte/ donde quiera
que sea/... Pero esa actitud, o si se quiere esa aptitud, nada tiene que
ver con un alma guerrerista. Se asemeja a la disposición del que
cree profundamente, del que tiene demasiado corazón; algo similar
hemos visto en otros guerrilleros en América Central, en creyentes
cristianos que lo arriesgan todo con extrema generosidad. Su vía
armada es para mí esencialmente humanista. Lo dejó claro
al decir que un revolucionario debe estar movido por grandes sentimientos
de amor; él no odia al soldadito al que combate, odia al sistema,
odia a la injusticia social y a la dictadura política. Y esa conjunción
de amor y de odio son los ingredientes necesarios de un humanismo liberador
que busca la realización aquí en la tierra, frente al humanismo
falso de la resignación aquí para ganar el paraíso
en otra parte. El amor y el odio van pegados, quien ama la justicia odia
lo contrario.
En esta
vía revolucionaria el Che no hace distingos, todos los pueblos del
mundo caben en su mente y en su corazón. Es como si cargara el universo
sobre sus hombros y la solidaridad fuera el eje de la vida. De modo que
cuando descubre Africa en un viaje de ministro pasa a sentirse responsable
del hambre y del colonialismo. Vuelve al Congo como combatiente, junto
con un puñado de veteranos de Sierra Maestra, y pronto se ve envuelto
en un laberinto tribal, de rivalidades, que no logrará entender.
Sin duda los
combatientes de Laurent Kabila carecían de la disciplina y de la
mística de los cubanos; regresa a América defraudado y triste.
Aquí podemos apreciar como el Che no era un calculador político,
sino un apasionado, y en este caso un voluntarista llevado a Africa por
su generosidad infinita. Y en Bolivia otra vez se repetirá en cierto
modo el error de cálculo, aunque en otro escenario. Solo, con un
grupo de convencidos, será traicionado por los comunistas locales
y creo sinceramente que es víctima de la política exterior
soviética que influye decisivamente sobre Mario Monge, el secretario
general de los comunistas bolivianos que en lugar de presentarse en una
cita con el Che, viaja a Bulgaria y luego a Moscú a buscar apoyo
para su tesis contraria a la lucha armada. La posición de Monge
estuvo además influida por su incumplido deseo de ser el máximo
dirigente de la guerrilla en Bolivia, y el sectarismo frente a la posición
de dirigentes y militantes de las juventudes comunistas que se incorporaron
con entusiasmo al grupo guerrillero.
Pero el Che,
además, se equivoca de época y de lugar, creo. En Bolivia
se produjo un diálogo de sordomudos entre el foco guerrillero y
el paisaje humano y físico. Hay que recordar que en Bolivia, tras
el estallido revolucionario de 1953 liderado por el Movimiento Nacionalista
Revolucionario, se habían logrado en parte tres objetivos: una reforma
agraria, la nacionalización de las minas y la implantación
del sufragio universal que llevó a una notable politización
de mineros, estudiantes, campesinos. Es verdad que pocos años después
se instaura una dictadura militar y el PIB es el más bajo de América
Latina después de Haití, pero lo comprobado por los hechos
es que las condiciones sociales no eran las óptimas para una guerra
de guerrillas. Cuando quiso buscar un escenario más favorable, donde
los hermanos Peredo gozaban de simpatías, fue abatido en la Quebrada
del Yuro.
En todo caso
pienso que el Che, al elegir Bolivia, quiere dar inicio a una plan sensato
que formaba parte de una estrategia continental. Abrir un sólido
frente de lucha armada en Bolivia era un paso más hacia su gran
objetivo: Argentina, primero, y luego todo el cono sur. Lo cierto es que
aun sintiéndose cubano, el Che era muy argentino. Siempre, incluso
en Sierra Maestra, había soñado con luchar en su Argentina.
Y es
en este hecho que puede descubrirse otra faceta del Che: su visión
bolivariana, continental. Para él, Cuba debe ser un referente, una
bandera, pero es sólo el comienzo. Esto da pie para descubrir el
distinto papel entre el Che y Fidel Castro. Eran dos personalidades tan
fuertes que necesitaban de una cierta distancia. Fidel era y es un político
de Estado, calculador y pragmático, hábil dirigente, un conductor
de pueblo.
El Che era
el revolucionario en estado puro, mucho menos calculador, conductor de
grupos pequeños de grandes ideales como los de él. Así
por ejemplo si Fidel era capaz de soportar las políticas soviéticas,
aunque no le gustaran, el Che Guevara o bien hacía saber su disentimiento
o bien se refugiaba en un mutismo significativo. La misma diferencia encontramos
en el tratamiento que hacen ambos a la unidad con los comunistas cubanos
del PSP.
Es indudable
que el Che no tiene mucha confianza en ellos. La verdad es que toda su
confianza la depositaba en el Ejército de Liberación, donde
veía una garantía mayor de mística. No creo en todo
caso que esta visión suya sea positiva, sino más bien chata,
y ello sin hacer un juicio de mi parte al comportamiento de los comunistas
cubanos.
Por
lo demás eran años en los que había que construir
un Estado y el Che odiaba a la burocracia y en ese tiempo se trataba justamente
de organizar una administración, de poner a técnicos al frente
de muchas tareas. Choca asimismo con los Comités de Defensa de la
Revolución en los que detecta una penetración de oportunistas
en busca de casa o de automóvil o de mejor acceso a alimentos.
Sencillamente
al Che no le entusiasmaba la idea de verse sumido a la rutina de aquella
construcción estatal seguramente inevitable; no en vano sus oficinas
eran una especie de campamento y el tipo estudiaba en el suelo, todo como
si fueran lugares de tránsito o la montaña misma. No tiene
vocación de poder, no quiere el poder.
Además,
como bien puntualiza la cubanologa francesa Janette Habel, aquel su discurso
de Argel en el que denuncia a la URSS por su papel abusivo frente a países
pobres, frente a Cuba, fue muy mal acogido en Moscú que hizo saber
que lo consideraba inaceptable. A su regreso de la capital argelina el
Che y Fidel discutieron durante dos días. Ya el Che no volvió
a aparecer públicamente.
Es así
que pienso que en la mente del Che está la idea de que Fidel lo
llena todo en Cuba y que su misión es otra bien distinta: impulsar
dos, tres Vietnam. Su internacionalismo, su sentimiento latinoamericano,
encarnó un modelo de provocación a los poderes establecidos
y una llamada al asedio perpetuo al imperialismo y al colonialismo.
Las claves
de su pensamiento son dos: la misión del revolucionario es hacer
la revolución; ninguna injusticia que suceda en el mundo le deja
indiferente, no hay pues fronteras. Desde luego no las hay para él,
que nace en Argentina, entra en la política en Guatemala, se casa
con una peruana en Méjico, lucha en Cuba, luego en el Congo, y muere
en Bolivia. Hay una confesión increíble que le hace a su
padre, ya en enero de 1959, a los pocos días de haber triunfado
la revolución: Yo mismo no sé en que tierra dejaré
mis huesos.
La inspiración guevarista
De acuerdo
con ese lado fuerte, ético, al que me he referido, me gustaría
señalar un conjunto de valores que constituyen, a mi modo de ver,
una fuente de inspiración guevarista para las gentes de izquierdas
en el mundo de hoy.
En primer
lugar la solidaridad como eje de la vida.
En segundo
lugar una visión política global que le lleva a ver y a pensar
el mundo como un escenario encadenado de luchas y transformaciones, como
la mejor posibilidad de resistir al asedio del imperialismo.
En tercer
lugar una concepción de la política que no gravita alrrededor
del disfrute del poder, sino que nace y arranca de un humanismo desgarrado;
la política es entonces el instrumento de un proceso de emancipación.
Si no es para cambiar la vida la política no tiene interés
y cae bajo sospecha.
En cuarto
lugar el fuerte sentido de la dignidad personal y colectiva, que alimenta
en el Che Guevara la tensión de cumplir, de dar ejemplo, de manera
que nunca aceptó al dirigente alejado del sacrificio, del trabajo
manual.
En quinto
lugar el desprecio por el consumo y el dinero, como si de acuerdo con Marcuse
viera en ello el factor de alienación del mundo moderno.
En sexto
lugar la honradez. Tan importante en el Che que al lado de esa honradez,
sus equivocaciones, su rigidez por ejemplo en las sanciones, tienen poca
importancia.
El Che
Guevara es universal. Tal universal que incluso los movimientos pacifistas
lo hacen suyo, paradójicamente. El Che en blanco y negro, el Che
en tinta china, el Che dibujado por computadora, el Che en su foto final
de Cristo yacente hermoso y trágico. El Che en todas partes.
Esa
universalidad nos interpela. Lo hace en un escenario distinto al de los
años sesenta. Si entonces el mundo dividido en dos bloques y en
plena ebullición anticolonialista, favorecía una acción
internacional; el mundo unipolar de hoy, con su economía mundializada
y sus estrategias políticas globales, con su ecumenópolis,
es un sistema de redes en el que las izquierdas no pueden vivir, pensar
y actuar fragmentadamente. En realidad, aunque distinto es el mismo mundo
en el que la solidaridad como eje de la vida, y el internacionalismo político,
nos convocan a un nuevo esfuerzo.
El internacionalismo
en el Che tiene dos vertientes que merece la pena considerar: una necesidad
interior derivada de la lucha por la transformación de la propia
conciencia, esto es de la necesidad de una nueva actitud fraternal con
la humanidad, y particularmente con los pueblos y movimientos que luchan
por la justicia, por la libertad; y una necesidad exterior imprenscindible
para aunar tareas, reflexiones, modo de actuar frente al neoliberalismo,
frente a la destrucción del planeta, frente a los fenómenos
mundiales como el racismo, la esclavitud todavía imperante, frente
a las agresiones que sufren los mundos indígenas, etc.
En este
esfuerzo me parece que viene bien el simil de la guerra de guerrillas.
Quiero decir que se trata de construir relaciones, redes, de distinto nivel
y naturaleza, sin preocuparse de erigir un lugar central de solidaridad
e internacionalismo. Todas las experiencias pueden servir y ser eficaces
de alguna manera en un escenario complejo.
Claro
que esta cuestión nos remite a la idea de pertenencia universal
y ello es en cierto modo contrario a la perplejidad y al quietismo. Universalidad
que no quiere decir estrategia global, ni estado mayor central, ni organización
única, sino que quiere decir solidaridad como eje de la vida e internacionalismo
político como modo de querer el género humano, transformando
el mundo que nos toca vivir en la medida en que sea factible y mediante
relaciones y apoyos diversos y plurales, como si se tratara de una marea
de abrazos libertarios.